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Santa Catalina

Un paseo por el barrio de Santa Catalina en Palma

escrito por Es Príncep / octubre 02, 2023

Es uno de los barrios de moda de Palma. Está cerca del centro, al lado del paseo marítimo y de espaldas al Castillo de Bellver, tal vez por este motivo el palmesano barrio de Santa Catalina ha cobrado, en los últimos años, una gran popularidad.

Era el lugar en el que vivían los pescadores, extramuros de Palma y relativamente cerca a la torre de vigilancia de Pelaires, ubicada en Porto Pi. El barrio recibe su nombre por el hospital de Santa Catalina de Alejandría, patrona de los navegantes, y por este motivo cada 25 de noviembre se celebran las fiestas, que llenan de colorido, aún más, este pedacito de Palma.

El mercado de Santa Catalina

Uno de los aspectos que más llama la atención del mercado de Santa Catalina es la diversidad de gentes que pasean por él. Aquí están las señoras, que, de toda la vida, han hecho la compra con sus carritos de ruedas, preguntando si las uvas son buenas, o si el pescado va a subir de precio.

Entre ellas hay jóvenes nacionales y extranjeros, que se pasean con cafés “para llevar”, o que sorben un smoothie distraídamente, o bien saborean un té matcha, haciendo tiempo después del desayuno o antes de un almuerzo temprano.

Sin olvidar a chefs y ayudantes de cocina, que buscan, tal vez, algún producto del día que ofrecer como sugerencia en el menú del restaurante.

El mercado es un lugar ecléctico, en el que pasear y disfrutar de los aromas y de la gente. Frutas y verduras frescas, carnes, pescados, vinos, frutos secos, flores… los puestos de toda la vida compiten con modernos espacios en los que degustar sushi o pequeños restaurantes que llevan a su más elevada expresión la llamada cocina de mercado.

Las nuevas calles del antiguo barrio de pescadores

El eclecticismo del mercado se contagia a las calles de sus alrededores. Tiendas de productos ecológicos conviven con la cadena de supermercados que siempre ha estado ahí, la botiga de especias, tan típica de esta zona, se codea con bares que ya no ofrecen desayunos, sino “breakfast” o “brunch”, con infusiones variadas, panes orgánicos y tentempiés veganos.

Los restaurantes ya no congregan a los parroquianos de hace treinta años, sino que se han convertido en pequeños balcones en los que los comensales se asoman al sol, en cualquier época del año, y eligen, según la ocasión, una carta u otra para saborear propuestas gastronómicas cada vez más originales y atrevidas.

Los martes, los jueves y los sábados la calle se llena aún más de vida con el montaje del mercadillo que atrae a los habitantes del barrio, de todas las edades y procedencias, o a los visitantes esporádicos. Vestidos vaporosos, zapatos y cinturones, bolsos, cestas de mimbre y, por supuesto, los puestos de ropa interior con graciosos carteles que anuncian la mercancía, se hacen tan protagonistas como el propio mercado.

Las tardes de los sábados, además, la zona se convierte en lugar de fiesta y una marea humana se pasea por las calles, a veces más achispada de lo que sería conveniente, para disfrutar de unas horas de diversión, música y baile.

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